Ni el amor, ni cualquier otro sentimiento se puede planificar, es algo que fluye natural e inevitablemente. Esta idea se nos puede colar en la cabeza luego de ver el Plan perfecto (Friends with kids). En esta, poco común historia, una pareja de amigos Julie y Jason, decide engendrar un hijo, sin matrimonio ni compromisos, y, hacer de esa experiencia algo diferente a las rutinarias vidas que conocen, donde las parejas sufren serias transformaciones que terminan con la armonía y la pasión, a la llegada de los hijos.
Todo parece salir bien en su proyecto, hasta que ella descubre que está enamorada del padre de su hijo, que es además su mejor amigo y confidente, sentimiento que no es correspondido porque él se siente atraído por una sexy bailarina que acaba de conocer. A partir de aquí la película da un vuelco y nos revela un nuevo panorama en las relaciones: están las que comienzan, las que se resisten a terminar y las que mueren irremediablemente.
Finalmente, Jason se da cuenta que también ama a Julie, cuando escucha el consejo de quien ha fracasado en el amor: las parejas deben ser buenos amigos y, a pesar de sus diferencias, deben ser compatibles para disfrutar lo bueno y para superar lo malo; quizá mucho más en esto último porque es lo que, tarde o temprano, puede acabar con un gran amor.
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